Martin Poliakoff
La primera vez que lo vi llevaba en la mano una caña de unos tres metros de longitud. No le gustan los punteros, y el tamaño de la pantalla no le dejaba más opción. Se lo agradecí, porque mi moderado daltonismo no me permite distinguir bien los pequeños puntitos rojos moviéndose como moscas por todas partes. El caso es que la enorme caña remataba una estampa peculiar. Su pelo, su cara amable, casi familiar y sus gafas desfasadas contrastaban con su chaqueta de cuero y su considerable altura, configurando una imagen que llamaba poderosamente la atención.
He asistido a decenas de conferencias, y mentiría si dijera que recuerdo a más de cinco o seis ponentes. Supongo que habrá quien tenga mucha más capacidad para retener información, pero tampoco me considero un caso alejado de la normalidad. La cuestión es que los recuerdos parecen cristalizar en torno a pequeños detalles que fijan en la memoria el resto de la información. Su pelo, sus gafas, su cara, la chaqueta y la caña hicieron de germen de cristalización, y en torno a éste creció mi curiosidad e interés por saber un poco más sobre lo que explicaba, que, como cabía imaginar, era realmente interesante. Y es así como me interesé por su trabajo, donde destaca, entre otras áreas, la química verde, descubriendo como por accidente (gran trabajo, profesor) la gran tarea de divulgación que, junto a su grupo de investigación en la Universidad de Nottingham, lleva a cabo Martin Poliakoff.
En su principal proyecto, The Periodic Table of Videos, dedican un breve video divulgativo a cada elemento de la tabla periódica. No os podéis perder taquillazos de acción con un toque tierno como el del sodio (Na), o el potasio (K), o la versión revisada del flúor (F), con su voraz apetito por un electrón. Y así a lo largo de los 118 elementos conocidos. Pero no sólo se limita a los elementos, suponiendo que abarcar los «ladrillos» de los que está hecho todo el universo conocido sea una limitación. Cualquier excusa es buena para hablar de química, desde el mundial de fútbol a un día en la playa.
Una de las tentaciones a la hora de acercar la ciencia a la sociedad es intentar justificar la cantidad de dinero que se destina a la investigación, aunque cada vez sea menor, tratando de transmitir los últimos avances y los beneficios que derivan de sus aplicaciones prácticas. Y se nos olvida que para que algo cale, para que quede retenido en la memoria, es muy importante primero captar la atención, como le ocurre al profesor Poliakoff con todo tipo de públicos, circustancia que él conjuga con su conocimiento y, lo que quizá sea más importante, la capacidad para transmitirlo, para demostrar que la ciencia básica también puede resultar atractiva.
1 comentarios
Javier dice:
14 dic 2012
Coincido con lo que dices sobre el aprendizaje. En tantas ocasiones es lo superficial y accesorio lo que nos hace recordar lo importante y sesudo. Creo que la fuerza del estilo de Poliakoff es empezar por lo cotidiano, conectándolo con lo más común y corriente, para una vez enganchados darnos esas píldoras condesadas de sabiduría. En este caso una sabiduría científica que nos permite hablar de cualquier cosa y faceta de la realidad (y no sólo de la natural, también de la social; algo que los científicos sociales no suelen tener presente. Aunque se quejan/no quejamos de aquellos, en ciencias sociales falta un esfuerzo divulgativo que por lo menos en las ciencias naturales ya lleva una buena andadura). Poliakoff ha hecho suyo el lema constructivista de que el aprendizaje sea significativo. Ya para ello no hace falta grandes rollos. En el ámbito del sistema formal, algo se había avanzado en esa línea, y faltaba corregir fallos y defectos, no tirar el niño con el agua de la bañera, que es la opción por la que parece decantarse Wert y su equipo, lo cual es lo más lejos de lo que un buen liberal como Popper le recomendaría. Parece que volvemos a los tiempos oscuros de la escuela y a los modelos refractarios de aprendizaje.