A vueltas con el arqueoturismo (II)
Tags: difusión social, financiación, iniciativa privada, Patrimonio cultural
2 abr 2013 Paloma Vidal Matutano 2 Comments
Puerta del Paraíso, de Ghiberti (Florencia)
En una entrada anterior reflexionábamos sobre el concepto de patrimonio y la necesidad de ser accesible al conjunto de la sociedad, creando espacios de memoria colectiva. Efectivamente, sin esa función social todo patrimonio cultural deja de tener sentido para su conservación.
En esta nueva entrada, continuación de la anterior, lanzo una pregunta al vuelo: ¿A quién pertenece el pasado? Lejos de ser una pregunta inocente, resulta una cuestión de extrema actualidad últimamente: edificios históricos en ruinas, excavaciones arqueológicas paralizadas, castillos, monasterios e iglesias en riesgo de desaparición. Elementos, todos ellos, declarados en peligro de extinción por parte de las administraciones públicas que se ven incapaces de hacer frente al enorme coste que supone su protección, su restauración y su puesta en valor. A ello cabría sumarle el hecho (¡afortunadamente!) de que España contiene 43 Bienes declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Esta cantidad de piezas del puzzle de la memoria colectiva, ¿cómo se mantiene? Desde luego, la situación económica actual no ayuda. En medio de este temporal que azota el patrimonio se ha hecho mayor eco la participación de la iniciativa privada en su investigación, protección y difusión. Son numerosos los ejemplos, aunque quizá la vecina Italia ha sido la protagonista en los debates suscitados a raíz de la privatización de algunos de sus monumentos emblemáticos: la restauración de La Puerta del Paraíso de Ghiberti ha sido encomendada a una fábrica de Piedras Duras de Florencia, al mismo tiempo que el Coliseo romano será rehabilitado a cargo de Diego della Valle, director de la empresa de zapatos Tod’s. Eso sí: este último pagará la suma de 25 millones de euros calculada para su restauración, a cambio de la explotación exclusiva durante quince años de la imagen del monumento. Los ejemplos siguen: a la Fontana di Trevi también le ha salido patrocinador para costear el derrumbe de unos estucos procedentes de la cornisa, la empresa de agua embotellada Acqua Claudia. La que fuera centro de sabiduría y conocimiento en la Antigüedad, la Grecia clásica, también se halla buscando nuevas fórmulas que introduzcan capital privado en su patrimonio arqueológico, elemento principal de atracción turística del país y convertido gran parte en ruinas debido a la asfixiante crisis que atrapa a la Europa mediterránea.
La privatización de la gestión cultural de numerosos monumentos ha sido objeto de un fuerte debate entre los profesionales del sector. Muchos ven en ello un gran riesgo de perder su sentido, esa esencia de la que hablábamos en la anterior entrada: dar accesibilidad al conjunto de la sociedad, sin ánimo de lucro en ello. Personalmente, no sé lo que pensaría el emperador Vespasiano al ver la imagen de su anfiteatro en multitud de vallas publicitarias. Probablemente, hasta le agradaría la idea, con lo amantes que eran los romanos de todo aquello que implicara publicitar el Imperio. Más allá de la anécdota, lo que sí creo cada vez con mayor firmeza es que no podemos confiar la enorme tarea que supone preservar la memoria histórica únicamente en manos de administraciones públicas y gobiernos que cambian cada cuatro años, mudando de la noche a la mañana también sus intereses e iniciativas. Debe ser una tarea con una proyección a largo plazo y, por qué no, apoyada en la iniciativa privada. Si parte del capital de una empresa (de zapatos, de aguas o de lo que sea) puede dirigirse en financiar la restauración y la puesta en valor de monumentos y yacimientos que van a aportar una mayor aproximación entre la sociedad y su pasado, bienvenido sea. La línea invisible en esta cuestión son los límites que deben trazarse necesariamente, esos límites que marcan la diferencia entre financiar la rehabilitación de un monasterio o poner un hotel o balneario que termine por dañar la esencia misma del patrimonio. Difícil equilibrio.
2 comentarios
Javier dice:
3 abr 2013
Muchas gracias por el post, por la información y por la reflexión.
El tema del uso del pasado es un tema apasionante y que a mi me desborda
y desconcierta. Me parece que uno de los problemas (y no sé si sería
mejor llamarlo «condición») más acuciantes relacionados con el
patrimonio, y de él deriva, la conservación, es el de la inflación o
hiperinflación. No es ya la crisis económica y la crisis del Estado
del bienestar y de otras políticas públicas, como la de índole cultural,
es seguramente el declive del Estado, en retroceso frente a las fuerzas
económicas, lo cual se ve muy bien en tu post.
Vivimos la explosión del patrimonio. Casi cualquier cosa puede ser patrimonio y el Estado ya no necesita tanto símbolo (patrimonio) para la función de ensalzar su pasado, las
glorias patrias y reforzar la identidad colectiva. Además, las banderas,
las selecciones deportivas nacionales y y los telediarios son más
baratos y efectivos. Y ahí entra el mercado, que ve un potencial de negocio, y sobre
todo, la otra gran novedad, la sociedad civil como activador
patrimonial, y que pone en un brete a las diferentes admnistraciones públicas.
Acostumbrados a lo restrictivo y elistista de la concepción patrimonial
del Estado-nación, que era quien ostentaba el monopolio de
patrimonializar, y que se concretaba en un patrimonio o muy remoto o muy
monumental, la realidad es que ahora cualquier cosa puede ser
patrimonio. Hasta un rollo de papel del váter de los años 70, por decir
uno de esos múltiples objetos que pueblan los museos etnológicos. De ahí
lo que decía del desconcierto que me invade. ¿Quién decide en estos
tiempos qué es o no patrimonio? No lo sé. Supongo que los expertos. Pero
expertos en qué. ¿En pasado? Como tu dices, el pasado de quién. ¿Del
barrio, de la comunidad, de la familia? Hay tantos pasados y todos ellos en riesgo de extinción (es la condición existencial de las cosas; son perecederas). El problema es cuáles tienen valor y cuales no.
Quizá sería mejor preguntarse más que por el objeto y su valor, por los
usos y significados del pasado y por el tipo de sociedad que le ha dado
por conservar, por dar valor patrimonial a todo. ¿Una sociedad del riesgo? Incluso a los objetos, edificios de la época industrial, manifestación de procesos que han arrasado tanto patrimonio de la época anterior. Muy posiblemente esta explosión o expansión del patrimonio termine por reventar y convertir el patrimonio en una etiqueta comercial, listo para ser un nuevo producto turístico para ser consumido. En fin, no sé llegar a ninguna conclusión porque me sobrepasa. Pero me ha gustado mucho tus reflexiones.
Paloma Vidal Matutano dice:
12 abr 2013
Hola Javier!
Gracias por tu comentario! Como tú dices, el concepto de patrimonio es bastante difuso, porque se puede caer en el «todo vale». Sin embargo, si me preguntas a mí, fuera de concepciones institucionales y normativas, patrimonio es todo aquello que tiene una significación social para un grupo. Toda realidad material e inmaterial que la consideramos NUESTRO PASADO y que nos ayuda a preguntarnos cosas sobre esa realidad. Muchas veces no podremos ni contestarlas. Pero tenemos la sensibilidad de considerarlas, de alguna manera, parte nuestra.
Personalmente, veo más importante establecer criterios que ayuden a delimitar qué patrimonio es más representativo de algo y, por tanto, requiere de una mayor inversión económica en su restauración, puesta en valor y mantenimiento.
Como dices, es hasta paradójico si lo piensas el «patrimonio industrial», resultado de la llamada «Arqueología industrial», porque las innovaciones tecnológicas del siglo XX destruyeron en su mayor parte el modo de vida anterior y parte de ese patrimonio. Pero aunque sea paradójico, es esencial su conservación también. Es como si sólo decidiéramos conservar los yacimientos y objetos indígenas de las culturas precolombinas porque luego llegaron los europeos y destruyeron gran parte de ese patrimonio. Entonces estaríamos ofreciendo una visión sesgada de la historia y poco real.
Lo importante ahora también será conseguir que no nos engañen con sus «no hay dinero en momentos de crisis» y se siga apostando, en la medida de lo posible, en su conservación y su estudio.