Mudflat_hikingMudflat hiking in East Frisia (Ostfriesland), Germany

 

En uno de esos concursos sobre la mejor foto del verano, hace unos años ganó una foto que no mostraba lo que se había llevado el turista —una maravillosa vista, los hijos jugando en la piscina, el león a punto de cazar la presa— sino lo que había dejado el turista. La imagen era una hilera de sillas en una estación de buses donde, apenas encima de ellas, en la pared, había las marcas del sudor de las espaldas que se habían apoyado. Lo que deja el turista y lo que cambia: el paisaje, el pueblo de veraneo, los hoteles, las estaciones de autobuses o a la gente con quien se encuentra. El jurado premió el cambio de punto de vista en lo que no deja de ser una relación a dos bandas, una interacción.

Muchas veces este mirar de otro modo ha resuelto problemas o preguntas científicas. Si en vez de diseñar un experimento de una manera que no funciona, cambiamos la perspectiva, la pregunta se responde: como mirar qué impronta dejan las espaldas que esperan.

Cuántas personas pasarían por aquella imagen sin darse cuenta de la belleza o la efectividad de la fotografía. De alguna manera, siempre me he imaginado el científico como aquel que se para a mirar donde los otros pasan de largo. Claro que hay tradiciones y reglas y saber científico, pero la curiosidad les es un rasgo característico.

Hablo de todas estas cosas, de los viajes, de ciencia y de lo que se queda cuando te marchas, porque hace un mes que volví de Holanda. De lo que me queda es la satisfacción de haber trabajado, becada, en el ámbito científico, como aquel que ha sido un estudioso durante mucho tiempo y que, por fin, ve que puede ayudar a los demás a realizar experimento.

Desde l’Horta hacia el sur de Holanda con paisajes que a veces me la recordaban, sólo porque las dos son planas —Holanda es de una llanura que cansa—, me encontré­ con cubos de fango, manteniendo mejillones y gusanos en el mesocosmos y luchando contra los scripts. Todo esto para completar la mirada científica sobre la erosión del sedimento. Pero también me encontré­ con que allí no hablaban todos los días de la crisis, ni los jóvenes tenían tanto miedo ni tanta angustia por el futuro. Y encontré amigos, fiestas con sushi y ukeleles tocados por holandeses enormes y rubios, mareas que no conocemos los que vivimos al borde del Mediterráneo, y muchos puntos de vista con los que podrías construir un perfecto caleidoscopio.

Si algún día puedo ayudar a hacer más experimentos sobre el fango o sobre el que sea, pienso que de esta experiencia mi mirada se habrá enriquecido. Será más difícil que pase de largo ante lo que pueda resolver un problema.

Y acabaré con mi foto de verano, época en la que hacíamos el trabajo de campo en una zona cercana a un dique del estuario Westerschelde. Cuando acabábamos de trabajar, siempre mirábamos las huellas que habíamos dejado sobre el barro de camino a nuestros plots (esos rinconcitos que mimábamos y vigilábamos atendiendo a cualquier cambio en la superficie). Las líneas irregulares que formaban y que se mezclaban con las leves huellas de las aves. Mientras que la foto científica, la fórmula, no está acabada —quedan años de tests de erosión y de vidas de bivalvos y poliquetos— mi mejor foto del verano, la que llevaría el mismo título que aquella foto de las sillas de la estación de buses, sería esta. Las huellas de botas sobre el barro.

Valencia, marzo 2013



Maria Salvador Lluch
Asistente de investigación, Centro de Investigação de Recursos Naturais (CIRN), Azores