Hace ya un tiempo que empecé a oir -y en boca de algunos profesores de primaria- que algunos chavales de hoy en día pensaban que los tomates venían del mercado. Y con esto de «venir» entendamos aquello de que nacen, crecen y se reproducen allí, para terminar en nuestra cesta de la compra. Teniendo en cuenta que yo una vez tuve un compañero de piso que seguramente pensaba que el papel higiénico aparecía por emisión espontánea, tampoco me resultó demasiado chocante. El caso es que tras seguir rumiando aquello varios días, y teniendo en cuenta que lo oí por primera vez en boca de un antiguo profesor mío de primaria, y en mi pueblo, sí que me eché las manos a la cabeza. Y es que a pesar de tanto avance tecnológico, internet, consolas y demás, en los pueblos del Mar Menor el campo es todavía algo muy accesible -como en los pueblos de l»Horta- y muchas viviendas tienen patios donde tener un pequeño huerto, árboles frutales o criar animales. No es raro escuchar de madrugada algunos gallos cantando a lo lejos, e incluso encontrarte alguna gallina perdida por la calle.
¿No se supone que ahora los chavales lo saben todo? Con la cantidad de información accesible a través de internet, la televisión, las maravillosas presentaciones que les preparan los profesores, tras haber asistido a cursos para aprender sobre las nuevas tecnologías aplicadas a la enseñanza y el aprendizaje. ¿Qué pasa? Dejando a un lado el hecho de que el sistema está anquilosado, ya que basa en un 90% el aprendizaje sobre la memoria, dejando un espacio mínimo para la creatividad (¿a quién no le ha pasado en un examen llegar a la solución correcta pero por otro camino distinto al del profesor, y no obtener por ello toda la puntuación?), en muchos casos se está perdiendo el llevar la experiencia a las aulas. En mi colegio fuimos unos privilegiados, entre otras cosas, por tener un invernadero y aprender a cuidarlo. Pero sobre todo porque una serie de profesores de varios colegios de la comarca, se dieron cuenta de que, viviendo en un entorno tan privilegiado como es el Mar Menor, por qué no aprovecharlo y llevar dicha experiencia a las aulas, y las aulas a ella, para que nos sirviera en nuestro aprendizaje de las Ciencias Naturales.
Eso requirió por parte de ellos, un compromiso y un esfuerzo extra, ya que tuvieron que preparar todo el material, los cuadernos didácticos, diseñar las excursiones adecuadas, etc… Contaron con la ayuda de la Universidad de Murcia para la revisión de contenidos, y finalmente su trabajo fue aprobado por el Ministerio de Educación. Por lo que desde 6º a 8º de la antigua EGB (lo inauguramos por todo lo alto en el curso 86-87), casi durante un trimestre cambiábamos nuestros libros verdes de Naturaleza por aquellos cuadernos, donde se aprendía lo mismo pero aplicado a nuestro entorno y con la experiencia de él. Salíamos a recoger minerales y fósiles, moluscos, a reconocer plantas y aves, la erosión del terreno, etc. Incluso la Isla Perdiguera, a la que todos íbamos desde muy pequeños en verano a pasar el día, fue objeto de nuestra visita para estudiarla. El Cabezo Gordo, lugar entre otras cosas para ir a comer la mona en Pascua y divertirse correteando y atravesando sus grutas desde bien pequeños -antes de que aparecieran los neandertales-, fue también un lugar privilegiado para nuestro trabajo de campo.
Que nadie piense que esto implicaba que los exámenes fueran más fáciles o se bajara el nivel, ni mucho menos. No se dejaba de aprender ningún concepto «oficial», pero la forma en la que lo habíamos hecho, había requerido de menos esfuerzo para que se instalara en nuestra memoria de forma más eficiente y duradera. La motivación e ilusión eran inmensas, y al comenzar el curso todos deseábamos que llegara ese tiempo de sustituir el libro verde por esas hojas de papel dibujadas a mano -sólo lo tuvimos encuadernado un año- que sabíamos eran nuestra puerta a la aventura, y a un aprendizaje mucho más ameno y motivador que cualquier otro que habíamos experimentado. Dicho sea de paso, yo no lo he vuelto a experimentar en ningún aula posteriormente.
Por suerte el testigo lo siguieron recogiendo otros profesores, se creó el llamado GRUPO MARMENOR, y desde ahí podéis tener acceso a las unidades didácticas que se crearon y a los nombres de los maestros que creyeron en dicha aventura. Dentro de cada unidad, id a «material del alumno» y luego se tiene acceso a la unidad completa en pdf.
Soy consciente de que esto no se puede llevar a todas las materias de esta forma, pero se pueden idear otras, que den un vuelco al aprendizaje y deje de consistir en que un niño pase una media de cinco horas diarias sentado en una silla, aprendiendo a ser un lorito. Implica un cambio de paradigma, y eso la historia siempre enseña que es lento y costoso, como todo lo que implica tomar riesgos o nadar contra una corriente establecida. Pero si queremos realmente mejorar la educación, pienso que no sólo consiste en ampliar presupuesto y no hacer recortes, sino en un cambio más profundo de modelo.
Nota: Todas las imágenes aquí mostradas, pertenecen al © Proyecto CICO
3 comentarios
Gupe dice:
19 jun 2013
Estoy muy de acuerdo contigo, Su. A mí me pasó justo lo contrario en mi instituto. Me acostumbré tanto a que todo, todo, todo se aprendía desde, en, para y por los libros, que me extrañaba incluso que una amiga que estaba en primero de Biología saliera al campo con su clase a recoger muestras de plantas etc. ¿¿Para qué??, pensaba yo. Imagínate qué «atrofiamiento» tenía por el sistema!! (y eso que estudié en el liceo francés, donde hay más razonamiento que memoria… pero lo de salir a conocer la realidad nada de nada).
Lo que se aprende por la experiencia directa no solo se aprende con más ilusión y motivación sino que se olvida con mucha menos facilidad. Y hay algunas cosas que no pueden llegar a captarse igual si no las tienes ahí al alcance de la mano. Ahora tenemos un huertito en casa, por ejemplo, y no se me ocurriría echarles nada tóxico a las fresas para que crezcan más sabrosas, porque las estoy viendo crecer y me resulta obvio que estarán hechas de lo que tomen de la tierra… esto que parece tan trivial, si piensas que las fresas nacen y crecen en un supermercado no lo ves tan claro.
Para cambiar -de verdad- la educación no basta, desde luego, con poner o quitar religión o educación para la ciudadanía. Eso son parches.
Elena dice:
19 jun 2013
Es necesario un cambio de paradigma,sí, pero para alcanzar ese dificil objetivo es necesario un cambio más profundo…
Un cambio que nace de nosostros mismos…
Un cambio en la manera de «entender» y «sentir» lo que significa la palabra MAESTRO.
Santiago Ramón y Cajal en 1901 comparaba la labor del maestro con la de un jardinero de almas: «Ser padre, algo es; ser Maestro afortunado es más aún, pero desenvolver un buen entendimiento, colaborar en sus triunfos, es alcanzar la paternidad más alta y más noble. Es como corregir y perfeccionar la obra de la Naturaleza lanzando al mundo poblado de flores amarillas, vulgares, repetidas…una flor nueva, que acredita la marca de fábrica del jardinero de almas y que se distinga de la muchedumbre de las flores humanas por un matiz raro, precioso, exquisito».
Bellas palabras que inspiran…
Susana dice:
11 jul 2013
Me temo que tendremos que seguir aguantando parches de los políticos de turno, y como indica Elena, un cambio de sociedad. El 80% de los docentes sólo están preocupados de si su asignatura desaparece o les bajan el sueldo (claro, como a cualquier hijo de vecino). Esto tanto en primaria, como secundaria, y la universidad ya no digamos (aquí ya están convertidos en auténticos políticos). Nunca antes de la crisis (bajada de sueldo y propuesta LOMCE) he oído propuestas serias de cambio de paradigma. Por suerte, y aunque de forma tímida, los llamados «modelos de escuela libre» van apareciendo también.
El jardinero de almas no es movido por la diosa productividad.