Solvay_conference_1927

Conferencia Solvay en Mecánica Cuántica, 1927. Del fondo al frente y de izquierda a derecha:

Auguste PiccardÉmile HenriotPaul Ehrenfest, Édouard Herzen, Théophile de DonderErwin SchrödingerJules-Émile VerschaffeltWolfgang PauliWerner HeisenbergRalph Howard FowlerLéon BrillouinPeter DebyeMartin KnudsenWilliam Lawrence BraggHendrik Anthony KramersPaul DiracArthur ComptonLouis de BroglieMax BornNiels BohrIrving LangmuirMax PlanckMarie Skłodowska CurieHendrik LorentzAlbert EinsteinPaul Langevin, Charles Eugène Guye, Charles Thomson Rees WilsonOwen Willans Richardson.

Lo ves entre la multitud y automáticamente capta tu atención. La aburrida pátina dorada que recubre todo el contenido del salón del hotel, proveniente de los reflejos de las lámparas, marcos y ribetes parece no afectarle. El resto de participantes en el congreso charla en corros, unos formales, otros más animados. Él está solo, pero sonríe amablemente a todo el mundo. Sus ojos despiertos, rasgados, parecen querer abarcarlo todo. En un gesto algo torpe toma una copa de refresco de la bandeja de uno de los camareros. Te recuerda a alguien; un compañero de despacho, de carrera tal vez. O no, simplemente te cae bien y tu subconsciente quisiera haberlo conocido antes. Te acercas, torpe tú también con la copa, la mochila y la bandolera que te entregaron en el registro, esquivando gente, atento a los escalones y alfombras del suelo. Cuando estás a una distancia razonable tratas de leer su nombre en la tarjeta identificativa, pero en ese momento te das cuenta de que está del revés. Bajas la mirada hacia la tuya y compruebas que, efectivamente, también está girada. Le das la vuelta, anotando mentalmente buscar la “Aplicación de la Ley de Murphy a las tarjetas identificativas”, algo así como “Una tarjeta de identificación de un congreso siempre reposa con el lado escrito sobre el vientre del participante”, con algún que otro corolario del tipo “Las filiaciones de dos participantes provenientes del mismo grupo de investigación jamás coincidirán en sus acreditaciones”.

Un pequeño gruñido de tu estómago te saca de la elaboración de enunciados. Decides que tendrás otros momentos para hablar con él, y comienzas a perseguir al camarero que acaba de cruzarse ante ti con una bandeja de croquetas de las congeladas. Lo ves desaparecer, fagocitado por uno de los corros más animados. A los pocos segundos sale por el extremo opuesto al de la entrada, algo zarandeado y con un montón de palillos apilados allí donde estaban las croquetas. “O espabilo o me quedo a dos velas”, piensas, y tras varios empujones consigues hacerte con un inexplicable bastoncillo relleno de sobrasada, o algo parecido. Te resignas a tomar algo de camino a tu habitación en la residencia de estudiantes sugerida como opción de alojamiento económico por los organizadores del congreso. Fin del programa de bienvenida.

Los aplausos tras la exposición del doctorando belga sacan al chico que viste ayer –aún no sabes su nombre- de su tercer ciclo de sueño de 15 minutos; uno por charla. Está sentado en el extremo de tu misma fila de asientos, y aprovechas la ocasión para pedirle paso educadamente, porque la charla que viene ahora en la sesión paralela de la otra sala te interesa más. Sonríe de nuevo mientras encoje las piernas, y sales tratando de hacer el menor ruido posible. Aun así la madera cruje escandalosamente a tus pies. Al atravesar el vestíbulo ves como la azafata del kiosco de información turística les explica a unos italianos cómo llegar al museo. Entras en la sala justo a tiempo; esta vez el desfase entre las sesiones te ha sido favorable, piensas mientras no puedes evitar relacionarlo con los distintos husos horarios al viajar. Te quedas en la última fila por no molestar a nadie, aunque desde ahí no ves bien los ejes de las gráficas. Los resultados del estudio parecen buenos, merecerá la pena adaptar esa metodología a tu sistema; quizá trates de hablar con la chica de la presentación durante la sesión de pósters. Ahora tienes que ir a recoger una copia de la foto del congreso. El resultado es casi peor de lo que esperabas. Intentar meter en una foto a seiscientos participantes no es fácil. El tiempo que pasasteis en la escalinata de la terraza, al sol, junto con la aberración óptica del ojo de pez que usó la fotógrafa (la gente no paraba de hacerle fotos a ella, a horcajadas sobre una escalera, haciendo contorsionismo para buscar más ángulo mientras pedía que la gente se juntase más) ha hecho que los participantes de los extremos de la foto parezcan extraterrestres, figuras alargadas y dobladas, con un tono rojizo en sus caras, avalanzándose sobre el resto de gente que a su lado parecen hobbits.

Pasan los días, hay gente que desaparece y otra nueva que llega para las sesiones de póster. Tú ya has pegado el tuyo, y esta vez no has necesitado ninguna tila tras pelearte con la cinta de doble cara. Vas mejorando. Montas guardia al lado de tu póster, tratando de no entorpecer a quienes quieren ver el contiguo… Por fin alguien se interesa en el tuyo, y mientras le explicas tu trabajo te percatas de dos erratas que hasta ese momento habían pasado inadvertidas. No pasa nada, la mujer alemana parece satisfecha, incluso le hace una foto. Te deja con una sugerencia para mejorar la dispersión de tus partículas, que anotas diligente en la libreta. Una buena idea.

Es el último día, y parece que la cena de gala ha hecho estragos entre los participantes. Menos gente, y menos despierta que en los primeros días. Aun así, te alegras de haber acudido a la sesión plenaria. El ponente, que hasta ahora era para ti un apellido y una inicial repetidos varias veces en los artículos que leías, ha hecho un buen resumen del estado del área de conocimiento, y hasta ha resultado inspirador en algunos apartados, dejándote un buen sabor de boca. Y sí, hasta te han entrado ganas de consultar bibliografía para definir esa idea que va cogiendo forma en tu cabeza. Quizá no sea tan descabellado seguir haciendo congresos “presenciales” en pleno siglo XXI…