Leña de carrasca apilada en Ares del Maestrat (Castellón)
¿Qué nos viene a la mente cuando proyectamos la imagen de una fábrica? Probablemente la contaminación que origina, chimeneas, humos y residuos, etc. Pero, ¿y si hablamos de la mayor fábrica biológica que existe: los árboles? Estos seres, aparantemente inertes, imponentes y observadores del paso del tiempo, recogen por medio de las raíces la “gasolina” que necesitan para funcionar: el agua y las sales minerales que les ofrece la tierra. Esa materia prima es enviada hasta la cima del árbol por medio de un sistema perfecto de tuberías (el xilema), sin importar la altitud que tenga que recorrer: los 2 metros de una sabina o los 60 metros de una secuoya. Una vez arriba, se produce en las hojas la mayor perfección ideada en una máquina: ella sola, sin la ayuda de grandes aparatos o cadenas de montaje, transforma la materia prima enviada desde el suelo en materia orgánica elaborada en forma de nutrientes que serán devueltos y distribuidos a todos los rincones del árbol a través del floema. Además, hablamos de una fábrica un tanto especial debido a, como mínimo, dos características:
1.- Previsión: Los nutrientes obtenidos por la función clorofílica de las hojas son consumidos según una estricta política de austeridad: una parte irá destinada a la propia alimentación y a las células especializadas para evitar que paralicen sus funciones y el otro porcentaje, nada desaprovechable, se enviará directamente a las raíces que actuarán como una gran caja de ahorros (en este caso, más ética que las nuestras) almacenando ese “tesoro orgánico” para asegurar la vida. Un plan de pensiones propio y sin comisiones.
2.- Ecología: Consciente de que necesita una gran cantidad de agua para formar esa gasolina y transformarla en materia orgánica, las raíces (esa caja de ahorros ética) mandan el aviso a las hojas de la cantidad de agua que han tomado prestado de la tierra. De esa forma, el 90% del agua absorbida del suelo es devuelta por la transpiración que se produce en los estomas de las hojas en forma de vapor de agua. Como agradecimiento, además, nos hacen un regalo al resto de seres vivos que poblamos el planeta: el oxígeno. La “piedra” filosofal.
Probablemente, llegados a este punto estaréis pensando: “Bueno, algo de todo esto recuerdo de las clases de Biología en el instituto…”. ¿Y si os digo que el gran sistema de doble corriente inversa (ascendente, por medio del xilema, y descendente, por medio del floema) está prácticamente muerto en la madurez de un árbol? La única parte viva del imponente árbol es el cámbium, una fina capa de células embrionarias situada entre la corteza y el leño. A partir del cámbium, el árbol es capaz de generar dos capas de células anualmente: unas se originarán hacia dentro creando el xilema y formando un nuevo anillo de crecimiento en la madera, mientras que las otras se originarán hacia afuera formando el floema, necesario en el transporte de nutrientes hasta la última raíz. Y aquí radica la gran genialidad de esta fábrica biológica: hasta la parte muerta tiene sentido y le resulta de gran utilidad para continuar adelante. No le supone un lastre sino todo lo contrario. Necesita de esa parte para que el sistema de doble corriente funcione.
¿No sería genial utilizar aquello “muerto” del pasado y encontrarle su utilidad, aquella que te permite seguir avanzando? Para ello, estas grandes fábricas nos susurran una lección que tienen muy interiorizada: la sabiduría, la inteligencia o el pragmatismo. Como queramos llamarlo. Saber decidir qué es lo que va a formar parte de la experiencia (el xilema) y dejar hueco a lo nuevo que regenere la vida (el cámbium). Por ello, en mi opinión, a esa pequeña zona del árbol que mantiene y regenera la vida, no se le podría haber llamado mejor: cámbium, “aquello que se cambia o transforma”.
NOTA: Esta entrada supone mi última colaboración en el Blog de Piratas, al menos temporalmente. Siendo así, no he querido focalizarla en la arqueología o en procesos históricos. El ser humano ha querido idear, desde los primeros hornos de cerámica o de metal, mil maneras para transformar la materia prima en objetos útiles y aumentar posteriormente la producción y comercialización. Sin embargo, y a pesar de los grandes avances tecnológicos, nos hemos visto siempre sorprendidos por los procesos naturales que mantienen en equilibrio la naturaleza, desde el primer homínido que observó la producción de frutos comestibles en árboles silvestres anualmente y durante el mismo periodo estacional. He preferido, también yo, rendirme y sorprenderme ante el poder de la naturaleza.