Otra vez. Mi turno en el orden de entradas en el blog coincide con el día del libro. Exactamente igual que el año pasado. No puedo hacer otra cosa que volver a intentar honrar a este objeto que, como ya califiqué en aquel momento, nos hace tan humanos. Pero en esta ocasión no voy a hablar en términos generales y abstractos. Creo que, hoy resulta muy oportuno centrar mi atención en un libro concreto, aprovechando la triste noticia de la muerte de García Márquez, gran mago genial de la palabra escrita.
Me enteré de su muerte al salir del laboratorio, después de una jornada intensa cocinando espectros. Al día siguiente desayuné mientras leía en el móvil el discurso integro de la aceptación del Premio Nobel. Un texto que fascina por lo bien escrito, en el que las palabras nunca estorban. En el texto no existen ángulos ni aristas visibles. Como hacen estos genios, cada palabra está porque tiene que estar. Pero también es un texto donde la forma es parte de lo social. Como nos dijo Stefano Fantoni en el curso de comunicación de la ciencia donde la base de Piratas de la Ciencia nacía, Polytics is everywhere. Claro, la política es parte activa de la historia, y la historia forma parte de la literatura. Podríamos, pues, llegar a una frase similar, Poetics is everywhere. Márquez lo explica al final de su texto, citando al poeta latino americano Luís Cardoza y Aragón, la única prueba de la existencia del hombre: la poesía.
Lo prudente es tomarse las palabras de un mago de la talla de Márquez como la verdad, y dejarse de relativismos inoportunos y otros misterios del alma. Sin embargo, como juego, al acabar de leer el texto, me hice otra pregunta: ¿no habría alguna otra prueba de la existencia del ser humano? Lo primero que me vino a la mente fue la tecnología. Quiero decir, todo ese mundo de los objetos que no son otra cosa más que pensamiento humano proyectado sobre la materia. Por decirlo de alguna forma, fotografías objetuales de nuestro pensamiento e inteligencia. No olvidemos que el libro, el objeto libro, es objeto tecnológico, ya que se necesita elaborar el papel y las tintas, y editarlo para dotarle de ese funcionamiento de pasar una página tras otra, que tanto tiene que ver con nuestros ojos y nuestras manos … Independientemente de saber si los animales son o no son tecnólogos (cuestión que aparto para discutir en algún otro post), como también independientemente de saber discernir si los animales son o no son poéticos (lo cual desconozco completamente), como de decidir si los animales y los humanos somos más o menos lo mismo (cosa que creo hasta cierto punto, en el sentido de que tengo mucho más que ver con ellos que con una roca de silicio), lo que quiero decir sigue la siguiente línea argumental: Si unos extraterrestres llegasen a la tierra y aterrizasen en una playa desierta, si se encontrasen con una lata oxidada de Coca-Cola ¿sería esto una prueba de la existencia de la humanidad? La solución me llegó en seguida. Advertencia: no conviene chulearle a un Nobel. No por Nobel, si no por lo que se exige para llegar hasta allí. Una lata de Coca-Cola en una playa desierta, mucho más si la lata está oxidada, es, ante todo, poesía.
Márquez creó, descubrió, y a su vez compartió con todos nosotros ese estilo que se ha llamado realismo mágico. Y la magia aquí tiene que ver con la poesía. Más exactamente con lo poético. Ese juego dual de palabras a mi me suena haberlo oído antes. ¿Compartirá elementos con, por ejemplo, la razón poética de Zambrano? Es más, esa estupenda lectura en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral me parece que habla de algo similar. En todos estos casos, hay algo oriental en el pensamiento. Pero ese adjetivo, oriental, aparece más que nada como contraposición de lo que venimos llamando occidental. Curioso, ¿no? Decimos pensamiento oriental, pero en el caso de Márquez es latino-ameriano. Oriental, pero hispano-europeo en el caso de Zambrano. Oriental, pero griego clásico, en el caso de Nietszche. Sí, sí, muy curioso, porque precisamente el pensamiento occidental usa como mito fundacional la Grecia clásica. Y, sin embargo, desde luego, la Grecia clásica también es oriente.
La solución puede venir en forma de mezcla. La entrevista con el Físico Andrei Linde, que refinó la teoría de la expansión del Universo después del Big Bang, y que puede haber sido recientemente comprobada por el experimento BICEP2 en la Antártida, circula en esa línea poco fanática, pero rigurosa, de la mezcla. Una opción que deja espacio a la magia, como pasión por conocer. ¿Podríamos decir poética por conocer?
Decía que escribía en conmemoración del día del libro. Dadas las circunstancias, como he explicado, he elegido hablar de Márquez, y lo que significa para mí, por científico, su realismo mágico. Tengo dos libros de Márquez que les guardo un cariño especial: Cien años de soledad y Crónica de una muerte anunciada. El segundo sencillamente porque me lo regalo una chica. El primero, por cuestiones distintas.
El ejemplar que tengo de Cien años de soledad es una primera edición. Este libro se ha convertido en un mito de la literatura, como puede ser el propio El Quijote. Podemos decir que leer Cien años de soledad es una experiencia general en la vida de una persona, que compartimos prácticamente todos. Sin embargo, aunque sea una experiencia generalizada, cada uno de nosotros la vivimos como irrepetible, personal, particular, … En mi caso, el libro se lo regaló mi padre a mi madre en el año 72 por su 23 cumpleaños. ¿Veis como que chico/a regale libro a chica/o es algo especial? Conseguí convencer a mi madre para que me dejase llevarlo a Leeds (Inglaterra), en mi año Erasmus, cuando yo tenía 21 años. Me acuerdo de leer página a página y empezar a conocer a la saga Buendía, recorriendo cada una de las piedras de Macondo. Mi habitación estaba en la buardilla de una casa victoriana de tres alturas, y la lectura de Márquez en esa Inglaterra desconocida resultaba reconfortante. Una dosis de mágica hispanidad como contraste de esa constante lluvia inglesa.
Hay un personaje en esa novela que me sedujo en el primer instante. Melquíades. Un gitano. Un gitano alquimista … No, no, ¡¡ un mago ¡¡ ¿Merlín? Márquez, ya en la primera página de su novela, ¿nos hacía un guiño a las novelas artúricas, allí donde el mito de la magia compartía frontera con el de la razón? Pero, Melquíades sabía de magnetismo. Me produce alegría decir que, en realidad, en Melquíades vi a un científico. Mejor dicho, un protocientífico. Un científico de la Grecia clásica. No sé, … ¿quizá Aristóteles? … No, no, … uno más misterioso. Pitágoras. No, … tampoco. Uno más experimental, que trabaje con cacharros y cachivaches. Hummm, … como Arquímedes. ¡¡ Exacto !!
Arquímedes. José de Ribera (pintor Valenciano del siglo XVII) (Fuente: Museo del Prado)
Arquímedes. El científico griego que salió desnudo por las calles de Siracusa, gritando – ¡¡Eureka , Eureka !! – cuando dio con la solución del cálculo del volumen de la corona del tirano Hierón, mientras estaba tomando un baño. Una leyenda que ha llegado a nosotros a manos del arquitecto romano Vitrubio, y por la obra poética latina anónima De Ponderibus et Mensuris, y que, entre otras cosas, nos acercan a los dos libros de Arquímedes, sobre los cuerpos flotantes. Libros donde queda plasmado el famoso principio hidrostático de Arquímedes, que, aun a día de hoy sigue conservando su validez, cuyo principio de flotación dice:
Cualquier sólido más ligero que un fluido y situado en él se sumergirá hasta el punto en el que el peso del sólido sea igual al peso del fluido desplazado
La poesía, y la arquitectura (la poética sobre los espacios), como vehículos y transmisores del conocimiento científico. Exacto, como citaba Márquez, la poética como única prueba de la existencia del hombre. En mi infancia mi padre me acercó de dos formas diferentes a esa ciencia que asocio con Melquíades, que, como acabo de relatar, puedo decir que es mi Arquímedes particular en la novela Cien años de soledad. Por un lado, mi padre me intrigó con esos experimentos caseros, al modo de: – Hoy vamos a construir una máquina de vapor, haciendo hervir agua al hacer incendiarse un algodón empapado en alcohol -(aunque tengo que decir que el misterio era mayor, porque en realidad no había relato, solo experimento, sin palabras). Pero también me enseñó el poder de la pregunta. La potencia del ¿Por qué? La magia del experimento, dos palabras y dos signos de interrogación, que se concatenan en una tira infinita de respuestas, son suficientes para dar alimento a una curiosidad insalvable.
Voy acabando, pero quiero hacer un experimento. Recopilando todos los temas tratados en este post, quiero lanzar unas preguntas. ¿Alguien sabe cuál es el volumen y el área de una esfera?, y lo qué es mucho más importante, ¿alguien sabe por qué? Es más, ¿alguno de vosotros conoce exactamente cómo dio con el resultado Arquímedes y cómo lo relacionó con el volumen o el área del cilindro que la contiene?, ¿Te extrañarías si te dijese que si en la Grecia clásica hubiese existido el premio Nobel, o mejor dicho la Medalla Fields, porque no existe el Nobel de matemáticas, muy probablemente se la habrían concedido a Arquímedes por, por ejemplo, ese maravilloso cálculo? ¿Sabeis que de todos los descubrimientos que hizo, Arquímedes estaba tan honrado del de la relación entre esfera y cilindro que ordenó que dibujasen estas figuras en su tumba? ¿Esperais que os responda a todas estas preguntas? No lo voy a hacer.
Voy a hacer otra cosa mejor: dejaros unos libros de referencia donde se explica maravillosamente bien la increíble historia de Arquímedes y sus cálculos, para que, si en el día del libro, o sus circundantes, os da por buscar esos misterios poéticos que se esconden en la ciencia, os acerquéis a ella bajo una recomendación. Eso sí, no me gustaría acabar sin perfilar el contexto de los cálculos de Arquímedes. Alrededor de ellos uno se encontrará con, por ejemplo, el método de Exhausción de Eudoxo, aunque realmente nombrado así por Gregory de St. Vincent en el siglo XVII. Este método representa una primera aproximación al cálculo integral, desarrollado completamente muchos siglos más tarde por Newton y Leibniz (s. XVII). Pero también nos acercamos a un auténtica investigación arqueológica, ya que uno de sus libros perdidos, El Método, fue descubierto por el danés J.L. Heiberg en 1906 en un palimpsesto de contenido matemático encontrado en Constantinopla (la actual Estambul). Un palimpsesto es un pergamino en el que la escritura original ha sido lavada imperfectamente para remplazarla por un escrito nuevo. En este caso, las nuevas tecnologías fotográficas permitieron descubrir que el texto borrado contenía uno de los libros perdidos de Arquímedes: El Método. Dicho libro contenía la explicación de las investigaciones mecánicas preliminares que le condujeron a muchos de sus descubrimientos matemáticos. Su aparición a principios del siglo XX destrozaba una teoría surgida en el siglo XVII que suponía que Arquímedes había ocultado su método de investigación con objeto de que su obra fuera aún más admirada. Sin embargo, no se trataba de un caso de soberbia científica, si no más bien una consecuencia del limitado número de copias que habían quedado a salvo de su destrucción. La intriga perdura, ya que el libro quedó en manos de una familia francesa que finalmente lo vendió en subasta pública. El gobierno Griego puso en marcha una campaña para recuperar el texto, pujando hasta 1.9 millones de dólares, pero finalmente quedó en manos de un particular anónimo que llegó a pujar hasta 2,2 millones de dólares. A día de hoy el misterioso y anónimo particular permite a los investigadores acceder al texto para su estudio.
La ciencia, como conocimiento, no puede quedar aislada bajo conjuntos inconexos de disciplinas, sin contacto ni comunicación. El avance en ciencia está motivado por esa pasión por conocer, que tampoco conoce de fronteras disciplinares, y se alimenta de esa pregunta corta, que ni mucho menos destruye a la poesía, sino más bien la amplifica, haciéndola resonar en esa cadena infinita de respuestas escondidas. Podríamos decir que cien años es lo que, como máximo, dura una vida. Por eso mismo, la condena a cien años de soledad es la condena a todas las vidas. La ciencia no debería permanecer en soledad, porque, de ese modo sería ciencia sin vida. Y eso, probablemente, sea muy parecido a decir vida sin ciencia.
Bibliografía de consulta:
– Historia de la Matemática. Carl B. Boyer. Ed. Alianza Universidad Textos.
– Arquímedes. Alrededor del círculo. R. Torija Herrera. Ed. Nivola.
Música:
– China. Vangelis.
– Anoka. Talvin Singh.
– Oihu. Zea Mays.