Hay veces que por más que intentes dar vueltas a temas para escribir, ninguno te seduce. Buceas entre noticias, salpicándote de información, pero solo consigues saturarte de papelorios e ideas poco frescas. Sin embargo, otras veces, los temas te esperan detrás de cada esquina. No sé por qué diablos hay veces que es como si de repente todas las personas se hubiesen puesto el mismo jersey. Sales a la calle y no eres capaz de entender por qué todo lo que se presenta ante tus ojos habla de lo mismo. El tema te persigue, y, como en la maravillosa película El tercer hombre, en cada callejón aparece una nueva sombra que te espera. Pasados los días, sabes que, inevitablemente, ese va a ser el tema de tu próximo post: ¿Cuál es el motor de la ciencia?
Podría hacer una lista cronológica de las ideas e imágenes que han ido apareciendo por mi cabeza la última semana, pero es más divertido probar a mezclarlas, para jugar con el tiempo. Hoy en el coche, viniendo hacia el trabajo, en la radio advertían: el pasado está en constante construcción. Ambos, pasado y futuro, son miradas hacia delante en el tiempo. Creo que una de las diferencias importantes entre los Europeos y los Norte Americanos es que los primeros somos personas que amamos el pasado. Cuando me ha tocado hacer una estancia, una de mis preferencias ha sido llegar a una ciudad que me motive descubrirla. Descubrir su pasado, en activo presente. Proyectar su cultura, su edad, para que transforme y contagie mi trabajo. Cuando me voy de estancia, no solo quiero llegar a un laboratorio bueno, sino también a una ciudad sugerente. Que trabajar en el laboratorio sea tan trascendental como pasear por sus calles y participar activamente de su cultura. Para mí todo eso es una sola cosa.
El otro día, en esas horas de descanso post-cena, vi un documental que me dejó alucinando durante varios días. “Sin límites” habla sobre la vida de Joanne O’Riordan, una irlandesa que nació sin extremidades (sin sus brazos ni sus piernas). Joanne adolece de una extraña enfermedad llamada tetraamelia. Al ver el documental me quedé múltiplemente impresionado: impresionado por ver que era verdad, que alguien podía nacer así. ¿Qué pensaría un niño de sí mismo, que cuando nace no tiene ninguna idea preconcebida? Impresionado también por la normalidad de una niña que no entendía que pasase nada raro, y que, dejando de lado las evidentes dificultades, simplemente estaba aprendiendo a relacionarse con su entorno. Impresionado por su familia. Desde luego, cada vez creo que separar la identidad individual de la colectiva es un error. Nosotros somos, en plural. La familia de Joanne creo que es digna de admirar, por nada más y por nada menos que por ser “normales”. Por enseñar a una niña con dificultades a ser una niña y a aprender. Eso, para mí, es educar. Y no es fácil, tengamos o no dos piernas y brazos. Impresionado, además, por el coraje, la simpatía y la alegría de Joanne. Creo que cada limitación es una oportunidad. Una frase muy bonita, pero que en el caso de Joanne se amplifica hasta límites insospechados. De ahí el nombre del documental. En fin, mil y una sugerencias. Pero hay una que destaca. Joanne fue invitada a la ONU para dar un discurso, coincidiendo con un foro sobre niñas y tecnologías. En su discurso, plagado de público científico del más alto nivel, se dirigió a la audiencia y, avisando previamente con un “En mi diccionario no existe la palabra imposible. Si yo soy posible, en la vida no hay nada imposible”, soltó su desafío – Por favor, construyan un robot para que pueda recogerme las cosas que se me caen. Os puede parecer un deseo superfluo, pero eso es porque teneis dos piernas y dos brazos. Joanne, en su petición, estaba exhortando a que alguien inventase una forma tecnológica para poder conseguir la plena independencia. El estadio final de madurez. Por una parte, no es nada fácil hacer que alguien sin brazos pueda coger cosas. El reto contempla mucha complejidad tecnológica. Pero, por otra parte, la petición es extremadamente educativa. Alguien con dificultades pedía un deseo que es totalmente adulto y maduro: quiero ser independiente y autónomo. Su discurso tuvo repercusión. Apareció una donación de 50.000 euros para financiar una investigación que ayudase a construir ese robot que Joanee pedía. Alguien puede pensar que esa cantidad de dinero no está mal. Sin embargo, a mi me pereció ridícula teniendo en cuenta las cifras que se usan normalmente en investigación. Para que os hagáis una idea, el láser que tengo a mi lado cuando escribo este post costó en su día 30 millones de pesetas, unos 180.000 euros de hoy. ¿Qué diablos significa esto? Vamos a ver si dibujo mi enfado. Joanne, con su petición, no solo pensaba en sí misma. No solo quería afirmarse y dignificarse como persona, sino que había lanzado un reto tecnológico del más alto nivel. Su reto puede interpretarse como un estímulo para la investigación científica. Y con todo, ¿la recaudación final son 50.000 euros? Permitirme que me sorprenda, pero creo algo no va bien aquí.
Muchas veces he pensado que somos muchos los que nos quejamos continuamente sobre lo socialmente alejado de nuestro trabajo. Pensamos que el laboratorio es un lugar directamente no social. Es un lugar técnico, pulcro, donde hay que caminar a pies juntillas. Y, debido al aislamiento, muchas veces (tantas veces) escuchamos eso de – hay que trabajar, pero también tener vida social -. Pero, ¿no es social la ciencia? Esta pregunta la podríamos enmarcar dentro de estas estupendas conferencias sobre ¿qué es la ciencia?, que han sido alojadas en el OCCC de Valencia o en la Universidad de Alicante, y dirigidas por Martí Domínguez. Me encanta este tipo de pregunta, porque, en mi opinión, a la ciencia hay que cuestionarla constantemente. En el momento que dejemos de hacerlo, la ciencia dejará de ser ciencia, y se parecerá más a un dogma. En la naturaleza propia de la ciencia reside su propia auto-crítica, constante y batalladora. Por tanto, podemos plantearnos científicamente eso de ¿es social la ciencia? Delimitando más la pregunta ¿el científico debe o no tener contacto social?. Siguiendo con la focalización ¿debemos dejar que los científicos se “contaminen” de los problemas sociales, o deben estar al margen?, ¿es esto un problema de la ciencia, o no lo es?
Deben existir muchas respuestas a todo esto. Por ejemplo, en el Salvados donde entrevistaron a Yanis Varufakis, el ministro de economía griego decía que dos físicos no pelearían entre ellos en su trabajo por motivos políticos. Vamos, que el movimiento de los electrones no quedará influenciado si el físico que los analiza es de derechas o de izquierdas. Puede parecer muy lógico esto, pero, ¿y si no fuese así? ¿Y si la ciencia fuese totalmente social? Inicio un camino, seguidme: unos científicos acuden a un foro para escuchar discursos de personas que sufren distintos problemas. En sus discursos cada problema plantea retos. Es más, los científicos, incluso pueden intercambiar opiniones entre ellos, quizá modificando esos retos, o incluyéndolos en otros retos que en principio no parecían tener conexión. Al salir del foro, cada científico, a través de una modulación social (el intercambio y la discusión con distintos sectores sociales) ha generado nuevas ideas o nuevos planteamientos para focalizar esfuerzos, o tejer estrategias. Sus resultados, en buena parte, quedan influenciados por esa vida social. ¿Parece una quimera? No debería. Este procedimiento, o muy semejante, es el que ha seguido la comunidad científica a lo largo de la historia, modulado por unos eventos sociales muy específicos: las guerras. Pero, si podemos hacerlo con las guerras, ¿por qué no hacerlo con otros evento sociales, cómo el dialogo social, foros ciudadanos, asociaciones de distinta índole, …? ¿Son las guerras mayores generadores de recursos científicos y tecnológicos simplemente porque en las guerras nos matamos? ¿no va siendo hora de invertir esta tendencia?, ¿Cuántas personas como Joanne hay en el mundo esperando a ser escuchadas?, ¿Cuánta innovación puede generarse al escucharlas? ¿Cuántos de nosotros nos sentiríamos más plenos en nuestro trabajo al incluir sus voces, al escucharlas, para aprender y para enriquecernos humanamente? Porque la ciencia, ante todo, es una experiencia cultural y humana.
Quiero poner un ejemplo práctico. Estos días todos andamos escuchando muchas noticias conflictivas. Una de las más descarnadas: la salida de inmigrantes desde África hacia Europa, posteriores naufragios y muchos ahogados. Personas que, quizá desde otra perspectiva buscan algo parecido al deseo de Joanne: una vida independiente y digna. Lo contemplamos como un problema social, pero ¿puede ser también un problema científico? ¿Por qué salen de sus países?, ¿Qué necesitan?, ¿Qué significa Europa para ellos?, ¿Y qué significa África? Podeis pensar que a un cosmólogo preocupado por la energía oscura estas cosas le pueden afectar personalmente, pero ¿Por qué debería incluirlas en su trabajo? Pues porque la ciencia es social. Porque si la ciencia está hecha por personas, y las personas somos sociales, no hay forma humana de hacer que la ciencia no sea social. Pero no solo porque la ciencia necesita fondos, mayoritariamente públicos, sino también porque si un científico se preocupa por el infinito del universo, y le importa tres papas que decenas de personas se ahoguen a unos cuantos kilómetros de su casa, creo que su investigación deja de ser interesante. ¿Cómo podríamos aceptar después esas frases del tipo: la ciencia ayuda al desarrollo social. La ciencia nos hace libres. Sin ciencia no hay futuro. Ciencia es progreso…?
Muy bien, pero habrá quien diga – Palabras muy bonitas y grandilocuentes, posiblemente contagiadas por cierta cursilería y falta de miras. Pero todo esto, ¿cómo se hace? -. En una de esas coincidencias mágicas, hace pocos días me llegó un re-envío de un investigador de mucho prestigio con esta propuesta desde Camerún: Kaleido. Innovation+Culture+Entrepreneurship. En la web del proyecto se puede leer:
Our goal is to promote the value of interdisciplinary learning by combining logical thinking with art and technology. However, we have plans that go beyond growing ChessMate as a tool to this end. We want to establish a cultural innovation center in Cameroon (where the project was developed) to serve as a community hub and recreational space for volunteer programs, creative development projects and, of course, Chess. Contact us to find out more about this initiative but, most importantly, join us on this journey by taking action now.
We believe that a great recipe for innovative projects is a mix of technology, cultural and recreational activities, and an entrepreneurial mindset. One of our pipeline projects,48 Lamps, exemplifies this by transforming kerosene lanterns into pieces of art in order to subsidize the cost of solar lamps for underprivileged communities.
We’re based in Cameroon, the melting pot of Africa, and thus a place of inspirational energy. Our pledge to ourselves is that we will always strive to find culturally contextualized solutions and never hesitate to think out of the box to make it happen.
Sí, la ciencia es social. Y política. Si nos sirve para matarnos o para ayudarnos, para entender y entendernos o para distanciarnos, … va a depender de lo que cada uno de nosotros, en singular-plural, queramos que sea. Es en el activo presente donde podemos decidir qué camino tomar, con ojos de pasado y mirada de futuro, como ha sucedido y sucede en el caso de las fronteras africanas. Pero hay que mojarse. No nos engañemos. Las autopistas inmaculadas no existen.