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No sé muy bien qué define a los que “son de ciencias”, más allá de su formación o de los manidos chistes que surgen siempre que hay que hacer cálculos, ya sea para dividir la cuenta de una cena en la que los comensales son más de cuatro, calcular si el sofá de Ikea que hemos comprado cabe por la puerta del salón o algo semejante, momento en el cual a quien no se le da muy bien la cosa responde – yo es que soy de letras. Así que no, no sabría decir si soy de ciencias o no. Estudié en un campus de ciencias, sí, en mi carrera andábamos por los laboratorios, nos pintábamos el nombre con permanente en la bata blanca que usábamos en prácticas, nos comprábamos chalecos con bolsillos para salir al campo y no faltaba la calculadora en la mochila. Pero eso fue hace más de una década. ¿Y ahora?

 

Hace unos días los piratas comentábamos el titular aparecido en una entrevista de la revista Mètode a un importante científico en el que declaraba tajante cómo en su escala de valores estaba antes su trabajo en divulgación que un artículo en Science. Evidentemente en el grupo hubo un inicio de vítores y aplausos (faltaron los iconos de botellas descorchándose). Después aparecieron voces sensatas defendiendo también a la investigación, sin la cual no habría nada que divulgar. Todos de acuerdo también en que trabajar con dinero público nos llena de responsabilidad, puntualizando que en muchas ocasiones la sociedad desconoce en qué ni en porqué se invierte el dinero que va a la ciencia. Rechazo total a quienes se creen en otra escala de importancia y se niegan a dar explicaciones si no van a obtener un beneficio directo de ellas. Incluso el entrevistado reconocíae que él era un privilegiado y podía permitirse ésta prioridad (la divulgación sobre la investigación) pero que no tiene valor curricular.

 

Y ahí viene mi duda, él es un reconocido investigador que apuesta convencido por un modelo basado en la divulgación. Pero la duda me surge cuando alguien de formación científica, en un entorno científico, se dedica exclusivamente a la comunicación y la divulgación, saltándose el paso de la investigación. ¿Es entonces un científico?

 

En estos años que llevo “ejerciendo” de madre veinticuatro horas (eso sí que es una profesión) he descubierto muchísimas cosas, algunas muy divertidas, como el club de las malasmadres. Ellas son grupo de mujeres que con mucho humor han creado un foro en el que desahogarse de la presión a la que las madres están sometidas en el s. XXI. Un espacio en el que no avergonzarse por quemar la cena o bajar al burguer,  o por querer desaparecer del planeta una tarde entera, un club que defiende la “desmitificación de la maternidad” y, en definitiva, que apuesta porque se puede ser madre sin dejar de ser mujer o profesional.

 

Por eso, y ya adelanto que el nombre no es definitivo, yo voto por crear el club de los maloscientíficos (también habría que arreglar este desaguisado del doble género). Porque yo me siento así precisamente, una especie de ni carne ni pescado en lo que a la ciencia se refiere. Me definiría como malacientífica porque, aunque estoy licenciada en una carrera científica y la ciencia me envuelve, pues me apasiona, aunque los ojos se me van cada vez que veo esa palabra escrita en un periódico o en la pantalla, y a pesar de que además trabajo en un entorno científico y consumo contenidos relacionados continuamente, en realidad no investigo en mi trabajo diario, nunca he publicado un paper, no tengo el doctorado (uf, me siento como en una confesión!), no me gustan todas las conferencias ni todos documentales, no tengo todas las respuestas para las preguntas que tienen que ver con mi formación, e incluso he perdido conceptos básicos de no usarlos. Así que, en resumen, mi trabajo de comunicadora ahora se asemeja mucho más al periodístico o al de gestión cultural que al científico. 

 

¿Qué hago? ¿Me pinto una camiseta que me identifique? ¿Suelto semejante retahíla anterior cuando explico a lo que me dedico? ¿Alguien más se siente así? Suena a llamamiento desesperado pero no lo es tanto, es solo que teniendo formación científica me dedico a divulgar la ciencia de otros, no “hago ciencia”. Yo soy la que se queda con la boca abierta cuando mis compañeros piratas me explican lo que hacen. Aunque quizá el verdadero problema sean las etiquetas y los perfiles, lo que se supone que se espera “de”.  Imagino que hay mil maneras de dedicarse a algo y que cada uno se adapta a sus necesidades propias y a las circunstancias ajenas. En el caso de la ciencia hay mil y un perfiles, tantos como disciplinas y carreras profesionales, y por eso quizá no haya un estándar que cumplir o del que alejarse, sino muchas formas de pertenecer al complejo mundo científico.

 

Si os sentís un bicho raro como yo, si cuando os preguntan algo de lo que estudiasteis lo tenéis tan oxidado que tenéis que ir a buscarlo en internet, si no sabéis definir muy bien vuestro trabajo porque tiene esencia científica pero en la práctica diaria las tareas se alejan bastante de allí, uníos al club de la malaciencia. Redactaremos un manifiesto y nos haremos camisetas. En el mejor de los casos lograremos no sentirnos menos científicos y pondremos en valor nuestros trabajos, y en el peor, nos lo pasaremos bien, que ya es mucho… ¿Os animáis?

 

Foto: https://urbanartefakt.wordpress.com/