Desde ya hace algún tiempo estoy sufriendo un síndrome que he decidido etiquetar como “síndrome TDT”. Estoy seguro que mi abuela, al escuchar TDT oiría DDT. Y no iría tan mal encaminada, porque su capacidad de intoxicación parece que puede ser similar. Cuando llegó la Televisión Digital Terrestre (TDT) se abría una nueva ventana de posibilidades. De hecho, no una, sino cientos. Tantos como canales tenemos hoy en día en nuestras TVs. Pero, lejos de ese infinito de posibilidades, más canales significaron menos programación. Es más, los canales de la TDT, esos que están más allá del canal 10 en nuestra particular parrilla televisiva, han fagocitado a los canales ordinarios, contagiando con sus “virus” la programación de los tradicionales. El resultado es obvio: hoy en día disponemos de una TV con una inmensidad de canales, que acabamos por apagar porque no hay nada que ver (salvo muy contadas excepciones). Pero ¿es esto un caso particular de la TV?
Bueno, mi opinión es que no. Quizá empiece a hablar como lo haría mi propia abuela, pero mi impresión es que por norma general estamos sobre saturados de infinitas posibilidades, casi todas estrechamente explotadas. Hay mucho, con muchas alternativas, para hacer poco, o prácticamente menos que lo de siempre. Por ejemplo, tenemos miles de libros descargados en nuestros dispositivos, para, quizá, leer menos de lo que hacíamos cuando encontrábamos más tiempo al estar desconectados.
¿Y en ciencia?, pues seguramente pase algo parecido. No tengo datos, pero casi estoy seguro que hoy en día la cantidad de científicos que estamos trabajando es inmensamente superior a la de hace 100 años. Sin embargo, la gran mayoría de nosotros no realicemos ningún estudio significantemente rompedor en toda nuestra carrera. Otro de los campos anegados es el asociado a los datos. Roger Malina, en sus charlas comenta frecuentemente esa inversión epistemológica que el historiador de la ciencia Daniel J. Boorstin advirtió ya en el año 1992. Roger, a propósito de Boorstin, decía: “De forma irónica bromeaba sobre si la NASA debería dejar de obtener más y más datos durante un tiempo, para emplearlo en pensar sobre ellos”. Simplificando al máximo: más no necesariamente es mejor, por supuesto. Para proponer avances significativos, hay que impactar tanto en las esferas cuantitativas, como en las cualitativas.
Pero es que parece que hay demasiadas esferas que pueden estar contagiadas de esta sobre-abundancia de posibilidades, no tan bien digeridas, ¿desde cuándo un investigador es mejor investigador por tener más artículos publicados? El beneficio de la revolución del Big Data, ¿solo proviene del “Big”?, ¿o no serán las nuevas formas de trabajar con la información, sus flujos, sus visualizaciones y representaciones, todo aquello que mezcla cantidad con calidad y cualidad, lo que realmente ofrezca una nueva perspectiva? Los datos, las nuevas tecnologías, y por tanto, todas las nuevas posibilidades que florecen hoy, requieren acción, imaginación, creatividad e innovación sobre ellas, como las hamburguesas un mínimo de cariño. ¿O acaso a lo único que aspiramos es ser representantes de una ciencia y sociedad de Burguer King?
Imagen: tomada aleatoriamente de internet. https://goo.gl/TYn3y8