Como trabajo en un jardín la cosa hoy va de jardines. Empecemos por lo básico, los jardines le gustan a todo el mundo. Pasearlos es un verdadero placer lo mires por donde lo mires. Son estéticos, son tranquilos, huelen bien, ofrecen sombra si hace calor, bancos al sol si hace frío, en ellos se puede pensar, leer, hablar, jugar, rezar, ligar y, por encima de todo, mirar verde. Cuando se vive en el campo no se aprecia mucho pero el urbanita conoce bien el valor de que los ojos se paseen sobre una hoja, una corteza, un tallo. Aunque sea por un rato sentimos que el día tiene sentido, que no nos hemos vuelto locos del todo.
En todas las ciudades, en mayor o menor medida, con sus espacios más o menos cuidados, hay jardines o parques, pero mi jardín (y en esto voy a ser cual padre que ve a su hijo el más listo del mundo) es algo más. Yo trabajo en un Jardín Botánico, así, con mayúsculas, y no en todas partes tenemos la suerte de tener uno de esos. ¿Qué lo hace diferente del resto? Que un Jardín Botánico es un jardín científico.
En general la ciencia, y toda la gente que se dedica a ella, pueden, por ejemplo, avalar un estudio, ofrecer fiabilidad, prestigio, determinadas garantías, pueden poner en duda una moda, tumbar un tópico, pueden darle a cada cosa ese nosequé que lo hace especial, que lleva un plus. Y ese nosequé en el caso de los Jardines Botánicos está muy claro. La ciencia sobre la que se crean, desarrollan o transforman estos jardines los convierte en espacios de una gran diversidad vegetal, con colecciones pensadas y diseñadas con sentido, en los que se investiga en materia de conservación y de flora amenazada, con bancos de semillas, herbarios, programas educativos, contenidos divulgativos e incluso agendas culturales y lúdicas que tratan de unir ocio y respeto por el medio ambiente.
En un Jardín Botánico el trabajo del biólogo molecular convive con una exposición de arte y naturaleza, los procesos de poda desvían a los colegios que están de visita, la nueva incorporación a una colección se está completando con un pliego de herbario y un proyecto del banco de germoplasma. Y voy a parar ya porque Bruce Rinker, educador y ambientólogo, dijo que los Jardines Botánicos modernos son tesoros globales en una era de crisis ecológica… como comprenderéis, no me veo capaz de mejorarlo.
Pero a pesar de este listado de virtudes que podría no acabarse, hace poco nos encontramos con que a los compañeros del equipo científico de uno de los Jardines Botánicos españoles que más proyección ha tenido en las últimas décadas, el Ayuntamiento de su ciudad les invitaba a marcharse. Si escarbabas se podía encontrar de todo: desencuentros personales, política, rencillas abiertas, desajustes… Detalles que desde mi punto de vista no son suficientes como para echar a perder un proyecto de valor incalculable, siendo además la propia ciudad, y no solo la gente que cambiaba su rumbo laboral, la que salía perdiendo.
La reacción entre los compañeros del resto de Jardines Botánicos fue lógica, desaprobación, descontento, aspavientos y algún que otro taco. Tras el calentamiento global la cosa se calmó y actuamos como se supone que actúan ahora los seres civilizados, dejas el palo y le das a la tecla. La defensa que se hacía de la labor de un Jardín Botánico, y de la importancia de contar con buenos científicos y gente que de una u otra manera conforma el proyecto de llevar a un jardín más allá, es más o menos la que he explicado en unas pocas frases. Jaime Güemes, mi compañero y conservador del Botánico en el que trabajo lo resumía bien, un Jardín Botánico sin equipo científico es un proyecto sin rumbo, es el mejor modo de perder calidad, perder contenido y convertirse en un parque más de la ciudad (todos me roban las frases lapidarias!).
Parece que las quejas hicieron su efecto y ahora el tema está en vías de resolverse pero es una verdadera lástima que sigamos teniendo que vernos en estas cosas día sí y día también. ¿Cómo es posible siquiera que se plantee que un Botánico puede ser lo mismo sin toda la ciencia que tiene detrás? Pues, por desgracia, de la misma forma que es posible que las investigaciones se queden sin dinero, los licenciados tengan que buscarse la vida fuera, las grandes mentes no encuentren aquí puestos equivalentes a su valía, o los avales científicos no sean suficientes para desmontar bulos.
Yo me creo la ciencia. Sé que mis compañeros piratas también se la creen. El nosequé que aporta lo veo en los ojos de quienes programan actividades divulgativas conmigo, en las palabras de muchas entrevistas que leo, en las ideas de quienes encuentro en congresos o simposios, en la curiosidad de mi hijo mayor cuando hablamos de todo lo que está descubriendo a su alrededor. Si hay tanto de eso en todas partes, ¿Por qué sigue costando hacerlo entender en diferentes áreas? ¿Qué mentes peregrinas siguen estando en la toma de decisiones? ¿No es cansino y ridículo seguir defendiendo casos como el que he contado?
Y como hoy los eslóganes no me salen y todos los que encuentro son mejores que los que se me ocurren (y paso de Mr. Wonderful), cierro y resumo con el biólogo molecular Carlos López Otín y el título de su entrevista que leí hace poco, La ciencia revela la verdadera belleza del mundo. No hay nada más que añadir.
Imagen vía Pinterest. Kristina Isola for Marimekko. Hojas de Ginko biloba