Ilustración de Tadahiro Uesugi

Os voy a reproducir una cosa en plan peli de después de comer, es decir, basada en un hecho real. Una noche cualquiera de este agosto, mi hermana y yo charlamos y fumamos en el jardín. Tras muchos días de convivencia familiar vacacional la falta de costumbre ha hecho que el ambiente esté tenso. Mi madre sale a buscarnos conciliadora y, tras múltiples argumentos para animarnos concluye con la siguiente frase, “ya sabéis hijas, hay que estar contentas, ser optimistas y, sobre todo, ¡hacer que nos crezcan mucho los telómeros!”. La cara que se me quedó ante semejante consejo maternal ya os podéis imaginar cómo fue.

No tardé en averiguar que hacía poco la había fascinado un documental sobre los telómeros, los extremos de los cromosomas, y las últimas investigaciones con la telomerasa, el enzima necesario para sintetizarlos. Para visualizarlo mejor imagino que conoceréis el símil que se usa con el plástico que no permite que se nos deshilachen los cordones de los zapatos.

Relacionados con la duplicación de las células, su envejecimiento, e incluso el cáncer, el trabajo con los telómeros recibió el Nobel de Medicina en 2009. Pero además han saltado a la fama también por otros motivos, entre ellos el fascinante poder que desconocíamos para que, además de con nuestro estilo de vida, también con nuestra actitud podamos incidir positivamente sobre ellos.

Por un lado el estrés los acorta, y cuanto más cortos más negro nuestro futuro, pero por otro no todo está perdido, ser positivos y optimistas podría repararlos y alargarlos otra vez. Sería una cuestión de actitud, de aprender a mirar hacia delante confiando en algo tan místico como nuestra capacidad de triunfo o supervivencia, de encontrar aquello que nos levanta el ánimo y perseguirlo. Como no soy una experta no se si vale todo o hay que quedarse sólo con lo trascendental, si sirve cantar a voz en grito en un concierto o hay que dejarlo todo e ir a buscar al amor de nuestra vida. Lo que está claro es que por fin estaría más que justificado científicamente pasarlo bien.

La fiebre de los telómeros ya está aquí y los test para saber su longitud no se han hecho esperar. Así que no os extrañe un futuro en el que la gente con dinero (como siempre estas pruebas de momento se pagan y seguro que valen lo suyo) te diga: mira, me pillas de vacaciones forzadas que este año se me han acortado un montón los telómeros…

Y sí, lo habéis adivinado, en la lista de regalos imposibles del próximo cumpleaños mi madre ya se ha añadido un test de esos, porque ahora la vida la ha llevado a fascinarse por la genética y la neurobiología y este tema le ha tocado la fibra. Ha devorado artículos y documentales y hasta ha tomado notas para recordar ciertas frases y convertirlas en una especie de mantra. Hacía tiempo que no la había visto mostrar tanto interés por algo, lo cual significa que en ciencia, como en tantas otras cosas, también hay temas que nos interesan, nos gustan, nos atraen, y otros no.

En el proceso de divulgación entendido como alfabetización científica para aquellos que no tienen conocimientos, quizá podría valer el concepto de que para formar una sociedad crítica, con capacidad para la toma de decisiones y para opinar sobre determinados sucesos científicos, hace falta que se dominen aspectos básicos de todas las áreas, dependiendo del momento histórico en el que nos encontremos.

Pero en la divulgación entendida como disfrute, como entretenimiento, como el mostrar a los demás dónde está la ciencia ahora, con qué esta interactuando, qué está creando, a qué se está enfrentando, en ese intento de generar algo atractivo y fascinante porque a nosotros, que nos dedicamos a la ciencia, nos atrae y nos fascina, debemos asimilar y asumir, porque saberlo ya lo sabemos, que no todo le gusta a todo el mundo.

¿Qué engancha a alguien a los avances en materia energética? Quizá su pasión por la naturaleza o su preocupación por el estado de la Tierra. ¿Por qué otro disfruta con series de forenses, noticias de peritajes policiales y reportajes sobre el ADN? Puede que sea por su afición a la novela negra, o por sus ansias de algo de misterio en su propia vida. ¿Cuándo te vuelves fan o detractor de Stephen Hawking? Tal vez cuando estás en un momento emocional de búsqueda o rechazo de la trascendencia del ser humano que te lleva a la religión o al ateísmo, o cuando te tumbas sobre la hierba en plena noche a contemplar la infinidad del techo que tenemos sobre nuestras cabezas.

Y sobre todo, ¿cuándo una mujer que aparentemente no tiene nada que ver con la ciencia se siente fatalmente atraída por los telómeros? Pues cuando su vida se encuentra en un proceso de búsqueda de respuestas ante procesos emocionales y cognitivos que no logra entender, y encuentra en estas investigaciones un camino estimulante y revelador de lo que en realidad encierran nuestras cabezas, nuestros sentimientos, y su capacidad para influir en nuestro futuro.

¿Es toda la ciencia para todos? Quizá debamos esforzarnos en contar lo que queremos contar sabiendo que solamente fascinaremos a aquellos realmente preparados para ello dependiendo de quienes sean, lo que les guste, o lo que hagan con su vida en ese instante ¿O debemos trabajar con la voluntad de llegar a todos?

¿Es posible que en comunicación científica haya sitio para trabajar en los dos caminos? Contando y explicando conceptos a troche y moche para ir sembrando un camino en el que recoger sociedades cultas científicamente, pero también atrayendo a grupos específicos que potencialmente se sientan parte del momento científico que vive su entorno porque coincide con su propio momento.

Además, puede que logrando que cada uno se apasione por un tema en concreto consigamos que acabe considerando también la ciencia en general como algo apasionante. Que el trabajo de un científico sirva para que se valore el de los demás. En una época de máxima especificidad, de selección de contenidos y optimización del tiempo, ¿estamos viviendo ya el momento de la divulgación a la carta?