Está en medio de la nada, sola, pero parece dar sentido a toda esa vacua inmensidad que la rodea. La ligera depresión del terreno en la que se encuentra aparece agrietada, agujereada,
salpicada de fragmentos de estratos cruzados. Elementos que contrastan con el resto del terreno. Indicios de que allí hubo algo diferente en algún momento. Renglones de piedra que cuentan la historia de un lugar a aquellos que saben leerlos.
Y en medio, decía, está ella. Adornada con un brillante, descarada, con la altivez de quien se sabe la más guapa de la fiesta. Atravesada por unas favorecedoras vetas pálidas que la hacen irresistible.
Él la ha visto y va hacia allí. Hacia la más bonita del baile. Quiere verla mejor, quiere notar su tacto. Atravesará las grietas, los agujeros. Pasará de largo los estratos. Porque sabe que el secreto de todos esos elementos está escondido en sus vetas blancas. Quiere recorrerlas de arriba a abajo. Quiere saber si alguna vez corrió agua por sus venas.
Y detrás de toda esta historia están ellos, los científicos de la misión Mars Curiosity del Jet Propulsion Lab. Recogiendo datos, analizándolos, estableciendo hipótesis y tomando decisiones. Han visto todos esos indicios de la presencia de agua; han analizado la composición química del material de las vetas. Metódicos, con una exasperante exactitud, sin dar nada por sentado, exquisitamente prudentes “On Earth, forming veins like these requires water circulating in fractures”.
El siguiente paso, taladrar la roca para extraer muestra. El reto más difícil desde el aterrizaje del propio Curiosity. Si a veces me cuesta taladrar correctamente el pladur de mi casa, no quiero imaginar las complicaciones de hacerlo en una roca de otro planeta, a millones de kilómetros de distancia.