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Hasta hace poco tiempo, nuestro mundo parecía inimaginablemente grande. Nos proporcionaba recursos prácticamente infinitos. Y podíamos contaminar libremente: si había algún problema local, nos trasladábamos.

Gracias a los avances en salud pública, gracias a la revolución industrial y a la revolución verde, la población mundial ha pasado de 1.000 millones en 1800 a 7.000 millones en la actualidad. Y nuestro uso de recursos ha aumentado de forma espectacular. En los últimos 50 años, el consumo mundial de agua y alimentos se ha multiplicado por más de 3. El consumo de combustibles fósiles, por 4.

Los problemas ambientales asociados con nuestras actividades han dejado de ser locales para ser regionales o globales. Pensamos en el agujero de la capa de ozono y en el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera.

Ahora vivimos en un mundo lleno, con recursos limitados, con una capacidad limitada de absorción de residuos. Así que debemos adoptar medidas con el fin de asegurar que funcionamos dentro de los límites de la Tierra. Ahora bien, ¿cuáles son esos límites?

Un equipo internacional ha determinado que hay nueve procesos que podrían alterar profundamente la capacidad de la Tierra para sostener la vida humana. Y ha establecido para cada proceso los límites dentro de los cuales la Humanidad puede funcionar de forma segura. Han determinado que siete de esos procesos tienen límites bien definidos, caracterizados por un número. De ellos, tres representan procesos en los que sobrepasarlos desencadenarían cambios profundos en el funcionamiento de la Tierra. Estos procesos son el cambio climático, la acidificación de los océanos, y la disminución de la capa del ozono. En los otros cuatro procesos, estos límites representan el comienzo de una degradación irreversible. Hablamos de la pérdida de biodiversidad, la contaminación por nitrógeno y fósforo, y la disminución del suministro de agua dulce. Finalmente, tenemos dos procesos que aún no han sido estudiados suficientemente en profundidad. Son la contaminación por aerosoles y la contaminación química global.

Cuando se han comparado estos límites con los valores actuales que caracterizan estos procesos, se ha observado que ya se han sobrepasado los mismos en tres casos.: pérdida de biodiversidad, contaminación por nitrógeno y cambio climático. En los otros cuatro procesos, la evolución de los valores que los caracterizan los acercan cada vez más a estos límites.

En el futuro podrán añadirse nuevos procesos ambientales críticos, y los números podrán ajustarse más. Pero esta aproximación proporciona un entorno muy adecuado para pensar en cómo manejar las amenazas ambientales. Tenemos definido un espacio de funcionamiento seguro del sistema Tierra.

Es evidente que, además de los problemas ambientales crecientes, tenemos también una crisis económica que es una crisis del paradigma económico dominante. Este modelo económico se basa en el mantra neoliberal de la supremacía de los mercados. Actúa privatizando bienes y servicios tradicionalmente públicos, y reforzando la globalización económica. Y los resultados, entre otros, son la acentuación de las desigualdades en la distribución de la riqueza y la creciente separación entre la economía real y la economía financiera.

Hace 30 años, con el informe Brutland, apareció en escena el discurso del desarrollo sostenible. Y, en estos 30 años, este discurso se ha revelado incapaz de producir las políticas y los cambios de comportamiento necesarios a nivel individual y colectivo. Es por ello que, desde diferentes grupos con raíces sociales y ambientales, así como desde círculos académicos, se ha lanzado el concepto de decrecimiento sostenible. En particular, desde el mundo académico, son los economistas ecológicos los que están trabajando en esta línea.

Podríamos considerar que el decrecimiento sostenible es una respuesta al fallo de los sistemas políticos y económicos tradicionales, así como de sus ideologías asociadas. Y es un lema que señala que el crecimiento no es la solución, sino que es parte del problema.

Cabe señalar que, desde los proponentes del decrecimiento, el principal problema del discurso del desarrollo sostenible no está en la idea de la sostenibilidad, sino en la idea de desarrollo. Por eso se habla de decrecimiento sostenible: es necesaria una transición igualitaria y democrática a una economía más pequeña, con menor producción y menor consumo. Los países desarrollados, que tienen una enorme huella ecológica, deben consumir menos alimentos, materiales y energía. Los países en vías de desarrollo, con huellas ecológicas bajas, pueden aumentar su consumo de materiales y de energía.

¿Hasta qué punto debe disminuir la actividad económica, medida por los flujos de materiales y de energía? Bueno, la escala óptima de operación de la economía global viene dada por los límites de los procesos ecológicos críticos que hemos mencionado antes.

Ahora bien, el decrecimiento se enfrenta a un problema. Ninguno de los actores económicos importantes, sean líderes políticos o ejecutivos del sector privado, tiene un incentivo en las políticas de no crecimiento. Por eso hay pocos actores institucionales que hayan adoptado el discurso del decrecimiento. Y no hay programas políticos organizados hacia la transición al decrecimiento.

Ahora bien, esta crisis nos obliga a muchos a transitar por la senda del decrecimiento. Nos obliga, a las familias y a las instituciones, a ser más eficientes. A hacer más con menos. A obtener más servicios con una menor huella ecológica. Y este tránsito nos da una vía para impulsar un cambio en el sistema de valores, para descolonizar las mentes del economicismo. Hay que separar el grano de la paja. Es necesario que nos replanteemos porqué consumimos y en qué consumimos. Hay que reconocer cuál es el beneficio que obtenemos con ese consumo. Pero hay que conocer, también, el coste social y ambiental del mismo.