R. Franklin jugó un papel fundamental en uno de los descubrimientos científicos más importantes del s. XX; su trabajo fue determinante para establecer correctamente la estructura de doble hélice del ADN. Si tu imaginación ya ha tratado de completar la “R” inicial con nombres como Robert, Ryan, Ronald o Rigoberto, está siendo víctima de una de las problemáticas a las que se enfrentan las mujeres en la ciencia. Y no precisamente la más grave.
El jueves pasado, 11 de febrero, se celebró el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Iniciativas como ésta -de las Naciones Unidas- son tristemente necesarias cuando en algunos países todavía se producen desigualdades de más del 50% en el acceso y culminación de estudios de grado, máster y doctorado entre hombres y mujeres. Pero la desigualdad no sólo afecta a la fase de formación; en la etapa profesional esta desigualdad sigue presente a escala mundial. En el ámbito de la ciencia toma, además, una dimensión mayor a la existente en otros entornos laborales y que viene a resumirse en el llamado “efecto Matilda”: la minimización o denegación de las contribuciones de las mujeres a la investigación. Esto, aparte de plantear una injusticia flagrante en el presente, complica la convergencia hacia una situación igualitaria en el futuro.
En 1962, James Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins, los tres hombres, recibieron el Premio Nobel de Medicina «por sus descubrimientos concernientes a la estructura molecular de los ácidos nucleicos y su importancia para la transferencia de información en la materia viva». El galardón no incluyó a Rosalind Franklin. Sin embargo, ella dirigió las investigaciones que llevaron a captar la imagen de difracción de rayos X que probaba la estructura de doble hélice del ADN. La imagen 51 de R. Gosling y R. Franklin (y aquí la primera “R” es de Raymond) es una bonita distribución simétrica de puntos o polos de difracción, que se corresponden con las distintas familias de planos del cristal de ADN, sobre una película fotográfica. Las relaciones geométricas entre los planos del cristal generan el patrón de difracción observado. En este patrón, los puntos se relacionan entre sí por operaciones de simetría, resultado de la aplicación de elementos tales como ejes de rotación o planos de reflexión. Cuando un elemento de simetría relaciona dos puntos éstos son, por definición, indistinguibles. No hay diferencias entre ellos, como no la hay entre los puntos de la mitad izquierda y derecha de la imagen. Rosalind, al igual que muchas otras mujeres científicas, mereció esta misma equivalencia con sus compañeros. Mereció que la simetría que fue capaz de captar en el patrón de rayos X trascendiese de los planos del cristal a su entorno de trabajo.
Tan sencillo como eso; todo lo que no sea simétrico en la valoración de hombres y mujeres nos lleva a desigualdades tan injustas como evidentes. Y ahí tenemos una ventaja, sólo hace falta aplicar un plano de reflexión para detectarlas y corregirlas; sólo hay que tratar de imaginar la situación simétrica y ver si, en efecto, sería indistinguible.
Hay ejemplos como el de las biografías invertidas de @Daurmith que evidencian cómo de sencillo resulta aplicar esta reflexión, y qué fácil es obtener resultados bochornosos. Por supuesto, en todos los ámbitos, no sólo en el científico. Si le das la vuelta y lo ves ridículo, no lo aceptes.
Agradecimientos:
A Clara, por su revisión y sus sugerencias.