Imaginémonos sentados en “Quieres ser millonario”, a Sobera mirándonos con la
ceja semi arqueada, y en la pantalla la pregunta de los 3.000€: ¿Qué es la prensa del
corazón?
A. Las revistas de cotilleos
B. Las revistas que leen los cardiólogos cuando toman café
C. Una máquina para aplastar vísceras y hacer bonitos pliegos

Ya sabéis, hablo de esas revistas y esos programas que nadie consume pero que,
milagrosamente, dan beneficios millonarios. En ellos los personajes se despojan
del decoro, y de los pantalones y faldas correspondientes si hace falta, y se quedan
desnudos emocional y físicamente para que todo el mundo pueda juzgarles, desde por
su trabajo hasta por su color del tinte.

Pero claro, ya os estoy viendo levantar los brazos escandalizados diciendo: “esto no va
conmigo”, “yo solo veo largos documentales subtitulados en chino”, “ahí solo salen
modelos flacuchas, futbolistas tatuados y tonadilleras con bigote”. Ya, claro, hasta
ahora… Los medios de comunicación y las redes sociales, con sus blogs, sus perfiles,
sus tuits, nos hacen más accesible a todo el mundo, a todos, y los científicos no son una
excepción.

Tras el interesante post de Guillermo de hace unos días sobre el cardiólogo Francisco
Torrent Guasp tuve que hacer una reflexión. A la historia que él me iba contando yo
le iba añadiendo la mía propia, a causa de que fue mi médico hace como mil años.
Al hecho de que yo le considerara un buen profesional y un mejor investigador se le
sumaba una nueva dimensión, la humana.

Y por supuesto que no considero a los científicos como robots, o como simpáticos
hombres de hojalata que cantan y pisan baldosas amarillas buscando un corazón,
simplemente es que cuando conoces a alguien personalmente, como en cualquier
profesión, pasas a considerar más cosas aparte de su trabajo. Por circunstancias de la
vida he tenido a buenos profesionales de la medicina a mi alrededor, el dermatólogo
Terencio de las Aguas, el pediatra Vicente Álvarez y el ginecólogo Vicente Zaragozá,
así que en mi familia las anécdotas y las descripciones acompañarán siempre su labor
como médicos.

Ahora vayamos más allá y veamos el ejemplo de un doctor mediático: Cavadas. En su
primera aparición pública que yo recuerdo alguien que estaba conmigo no se lo tomó
en serio porque llevaba una camisa étnica, cosa que a mi sin embargo me importaba
tanto como que un ministro lleve una corbata del demonio de Tasmania, pero parece
que esa imagen pesaba más que lo que decía. Recientemente es también el centro de
una polémica por unas declaraciones que poco tienen que ver con su labor puramente
de cirujano. Ni si quiera os pongo el enlace, simplemente buscad “declaraciones de
Cavadas” y preparaos para pasarlo bien. Está claro que se ha convertido, además de
médico, en un personaje público, así que su imagen, sus palabras y en definitiva, su
vida personal, están de vez en cuando en boca de todos. La pregunta que me hago es
tajante: tras el aluvión de críticas por lo que dice o deja de decir, ¿puede la gente llegar
a considerarle “peor médico”?

Incluso es algo que sucedería con cualquier científico si se convierte en un fenómeno
mediático. Lo cual no tiene porqué perjudicar siempre, quizá los más optimistas crean
que es favorecedora esa nueva faceta de la ciencia, ciencia en los medios y ahora
también científicos y divulgadores en los medios. Pero quizá los más escépticos crean
que ese no es su lugar, es decir, que a Punset no le ha sentado bien anunciar pan de
molde.

Cualquier buen adolescente tiene una camiseta de Einstein sacando la lengua. ¿Puede
convertirse la ciencia en algo que “venda” solo en sí misma? ¿O sería frivolizar
las cosas? ¿Podría o debería un científico sacar beneficio de su imagen pública?
¿Favorecerla? ¿Cuidarla? Que lo entrevistara Buenafuente, por ejemplo, podría ser un
modo de darse a conocer. Pero claro, ¿y si a la gente le parece antipático? ¿O que es
un hortera? ¿Y si la neuróloga de turno cuenta chistes malos? ¿O el astrónomo siente
debilidad por los tacones de piel de serpiente y los bolsos fosforito? Todos esos datos
aparentemente superficiales, ¿pueden afectar a su imagen y como consecuencia a su
trabajo? Porque al final la conclusión es triste pero cierta, todos pensamos lo mismo: si
alguien está en su casa que sea como quiera, pero si sale en la tele quiero que me caiga
bien. Así pues, ¿está preparada la ciencia para exponerse y desfilar por la alfombra roja?