Todos tenemos más o menos claro que un paseo por el monte es una actividad sana, recomendable. Quien más, quien menos, lo hace con frecuencia; aprovechamos los puentes o fines de semana largos para hacer una escapadita, los más organizados incluso planifican alguna ruta de interés paisajístico o ecológico. La buena compañía, el desconectar de la rutina, el ejercicio físico moderado y el respirar aire menos contaminado que el de las ciudades nos ayudan a sentirnos bien, haciendo que la experiencia resulte agradable y que sus efectos se prolonguen a lo largo de algunos días.
Lo que quizá no nos resulte tan conocido es que cuando paseamos por un bosque nos sumergimos en una especie de sopa ligera de sustancias químicas que producen los árboles para defenderse de bacterias, hongos y algunos insectos, llamadas fitoncidas. Entre otras muchas sustancias orgánicas volátiles, dentro de este grupo podemos encontrar moléculas como el α-pineno, producida -como sugiere su nombre- por los pinos, o el limoneno.
Estructuras del α-pineno (izquierda) y el limoneno (derecha).
Atribución: α-pineno, Inductiveload – Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3997959. limoneno, Original file: Limonene-2D-skeletal.png by User:Benjah-bmm27derivative work: user:Karlhahn – Limonene-2D-skeletal.png, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=8634651
Pues bien, lejos de resultar perjudicial, toda esta química orgánica volátil de origen natural incrementa el número y la actividad de las células NK (del inglés “natural killer”), un tipo de linfocitos (glóbulos blancos, esos pequeñajos que salían por las compuertas de las naves de “Érase una vez la vida”) responsables de la respuesta rápida del sistema inmune a células tumorales o infectadas por virus, que provocan su apoptosis o muerte celular programada.
Desde hace unos años varios autores, como Kobayashi y sus colaboradores, están estudiando los efectos de la exposición a las fitoncidas en la salud, llegando a las conclusiones que hemos mencionado anteriormente. Sin embargo, el shinrin-yoku, como se conoce en Japón a los “baños de bosque” (shinrin, bosque; yoku, baño), es una práctica habitual recomendada por la agencia forestal japonesa desde principios de los años 80.
Quizá no fuese necesario ningún motivo más para procurar escaparse al monte de vez en cuando; de cualquier forma siempre es positivo visibilizar ejemplos de química beneficiosa y natural, frente a la corriente quimiofóbica, empeñada, en su sesgada ignorancia, en etiquetar de “químicas” únicamente aquellas sustancias perjudiciales sintetizadas por el hombre. Eso sí, si vais a pasear al monte tened cuidado con las ortigas, esas fastidiosas productoras de acetilcolina vendidas al capital de las multinacionales farmacéuticas para asegurar sus ventas de cremas antiurticantes…