Para dilucidar un poco más estas vicisitudes de lo artificial en la ciencia, en este nivel seguiré profundizando sobre las cuestiones desarrolladas en el anterior, pero esta vez usando una rama científica particular como mapa. Para responder desde la ciencia a esa pregunta de ¿qué es la naturaleza?, un químico podría responder con otra imagen:
Exacto, un químico podría decir: la naturaleza es todo aquello que representa la tabla periódica. Para un químico, esta imagen y la representación del universo del anterior nivel, sabiendo que está simplificando “un poco”, podrían ser básicamente equivalentes. El químico trabaja con átomos y sus constituyentes inmediatos (electrones, protones y neutrones). Las estrellas son fábricas de átomos pesados. Todos nosotros somos átomos en movimiento, que en algún momento del infinito pasado nacimos en una estrella. Y todo lo que hay, químicamente, está contenido en ese mapa que es la tabla periódica. Como sucedía anteriormente, en ese sentido no cabe espacio para nada artificial. Lo artificial no existiría, porque cualquier cosa que podamos encontrar en la naturaleza química estaría compuesto por átomos. Como los átomos son naturales, y todo está compuesto de átomos, nada es artificial. Excepto, claro, la propia idea de la tabla periódica. El mapa que representa. O sea, el mapa conceptual. Quizá tengamos tan asimilada la tabla periódica que pensemos que Mendeleyev, un buen día de primavera, paseando por los bosques rusos, enganchando entre la raíz de un abedul, al tropezar sacó de entre la tierra la propia tabla periódica. Como si fuese una hortaliza madura. Por muy cómica que pueda resultarnos esa escena de ficción, sabemos que no fué así. La tabla periódica de los elementos es un descubrimiento de una magnitud colosal, pero que necesitó de borradores, bocetos y muchos investigadores trabajando a dedicación completa. Algunos de los primeros ejemplos de ordenación son enormemente distintos a la configuración definitiva, como muestran las imágenes siguientes, que nos evocan a una época primitiva de la catalogación atómica, que podríamos entenderlos como bocetos de “pinturas rupestres” de la química moderna.
Pero la tabla periódica, tal como la conocemos, solo es una de las que existen. Como decía en el anterior nivel, cada representación necesita su propio origen de coordenadas para “ser”, y por tanto sus formas son múltiples, ya que son también múltiples sus posibles “orígenes”. Por ejemplo, se puede construir otra tabla periódica que tenga en cuenta la abundancia relativa de cada átomo en la superficie de la tierra. Podría ser algo así:
Podemos continuar con este tipo de viaje hacía lugares más lejanos. Podríamos desarrollar una interpretación de la disposición y las propiedades de los átomos conocidos siguiendo requisitos artísticos (por origen de coordenadas). Hay multitud de ejemplos en la literatura. Aquí presento el trabajo de David Clark y de Rebeca Karmen. En “I don’t think you understand the way I feel about the stove”, Clark clona la estructura de la propia tabla periódica situando en la posición de cada átomo el mismo tipo de estufa. La estufa se asocia con una energía, y, aunque todas se corresponden con el mismo modelo, en realidad ninguna es la misma exactamente. La energía particular de cada una de ellas es diferente y unívoca. Por otro lado Karmen, en “Divining Nature: An Elemental Garden” abandona la estructura típica de la tabla periódica para organizar una serie de esculturas que replican la información del número atómico de cada átomo.