La metáfora es en general el tropo del parecido y de la semejanza. Concretando algo más, es la transposición del nombre de una cosa a otra distinta. El ejemplo dónde queda más patente es la propia metáfora; no se puede hablar de lo que es sin incurrir en ellas.

Con las metáforas se pueden conseguir efectos poéticos, aunque también humorísticos (miremos los chistes si no), sin dejar de lado los de tipo intelectual, relacionados con el conocimiento y comprensión del mundo. Aunque hasta hace muy poco tiempo el lugar propio para hablar de la metáfora era el de la creación artística, especialmente la literaria, hoy se reconoce la presencia de aquélla en cualquier ámbito de la actividad humana, incluida la ciencia. No obstante, esta presencia es muchas cosas menos homogénea, lo cual es comprensible si tenemos en cuenta lo que, por ejemplo, nos advierte la filósofa italiana E. Montuschi: «una metáfora no es simplemente una palabra, una expresión o incluso una oración», sino algo más difuso que da lugar a una red de asociaciones y referencias. En consecuencia, lo metafórico se halla presente en la ciencia a través de una variedad de formas como pueden ser los modelos, las analogías, o las situaciones concretas que sirven de inspiración o iluminación a los científicos.

Los siguientes casos podrían ilustrar lo que acabamos de señalar. Arquímedes resolvió, mientras estaba tomando un baño, el problema de determinar la cantidad de oro que los orfebres habían usado en la corona de Herón, rey de Siracusa. Los científicos modernos de los siglos XVII y XVIII concebían el universo como un inmenso artefacto de relojería. En las ciencias naturales, tanto Charles Darwin como Alfred R. Wallace llegaron a la idea de la evolución por selección natural inspirándose en las prácticas ganaderas de selección, pero también en las ideas que relacionaban recursos y población humana contenidas en el Ensayo sobre la población del economista Thomas Malthus. Rudolf Virchow, fundador de la patología celular, recurrió a conceptos y términos políticos para hablar sobre el cuerpo y la infección. La teoría ondulatoria de la luz le vino sugerida al físico Christian Huyghens por la comparación con las olas del mar, y la teoría atómica de la materia se le ocurrió a Niels Bohr por analogía con el sistema planetario. En biología molecular, se trata del ADN en términos propios de la teoría de la información, empleándose términos como «código» e «información genética». Asimismo, en psicología e inteligencia artificial nuestro cerebro es un «procesador de información» y el ordenador es una máquina que tiene «memoria» y que “piensa». Y por no extenderme más, en el terreno de la ciencia económica, un concepto clave como es el de «mercado» es un término claramente metafórico, como lo son muchos de los que se acuñan en el ámbito de las tecnologías emergentes, como puede ser el caso de la nanotecnología. “Nanotijeras”, “nanoagujas”, “nanohilos”, “nanopuntos” o “nanopinzas», por señalar un grupo de términos pertenecientes a un mismo campo semántico. Es fácil adivinar cuál es ese campo, ¿no?

En su diversidad, éstos sólo son algunos de los muchos casos y ejemplos que pueden citarse. Podríamos, pues, pensar, con Jorge Luis Borges, y siguiendo la estela de Nietzsche, en la posibilidad de que la historia universal no sea más que la historia de un puñado de metáforas. Sin embargo, a pesar de la intuición del escritor argentino, en el ámbito de la ciencia han existido desde siempre graves dudas a la hora de reconocerle un rol sustantivo a la metáfora en su función representacional de la realidad. Cuando, a principios de la década de los cincuenta, el filósofo Max Black se decidió a tratar el tema de la metáfora en la ciencia, el sentimiento generalizado en el mundo filosófico y científico era que aquélla estaba reñida con el pensamiento serio. Esa situación, no obstante, varió radicalmente a partir de la década de los sesenta gracias a los trabajos de la también filosofa Mary B. Hesse y los del propio Black.

Parece estar claro que la metáfora puede funcionar como acicate o catalizador del pensamiento en el cometido de conocer cómo es la realidad. Más claro aún está el hecho de que tiene una función pedagógica, ya que muchas veces la metáfora, como analogía, se usa para acercar y facilitar la comprensión pública de determinados conceptos o realidades, sobre todo a los no científicos. Luego están los términos o conceptos científicos mismos; la mayoría son metáforas cuyo significado común desconocemos o pasamos por alto. ¿Pero todo queda ahí? ¿Existe una componente estética detrás de ello? Las metáforas científicas, ¿reflejan la realidad? Si así es, ¿simplemente la reflejan de manera neutra? ¿O también la recrean?